Ya había cogido a dos travestis, y eran innumerables las pajas que me había hecho mirándolas en la computadora. Me excitaban más que una hembra con concha, precisamente por la combinación de tetas, curvas de mujer y pija. Los hombres no me atraían, pero si las pijas de las travas, siempre y cuando tuviesen cuerpo de mujeres, y vistan como putas de cabaret.
Como estaba casado, le dije a mi esposa que un amigo quería hablar conmigo pues tenía un problema, y que me esperaba a la una de la madrugada en el centro de la ciudad. Era cierto, pues Julio me había invitado a charlar sobre un negocio, así que llegué y me disculpé argumentando que al otro día nos juntábamos. Ya liberado del compromiso fui hasta el boliche donde se juntaban travestis, gays, lesbianas y putitas bisexuales.
A los 5 minutos de haber entrado, se me acercó una linda trava, rubia teñida, pendeja de no más de 20 años, con tetas grandes. Vestía una vestido cortísimo y ajustado que con cualquier movimiento dejaba ver el comienzo de los cachetes de su culito, paradito y redondo. Me preguntó, seductoramente, si le invitaba una cerveza. Se la entregué y se fue a bailar, susurrándome que iba a moverse para que la mire. Se unió a su grupo, en donde se encontraban otras dos travas, una adolescente lesbiana y un pibe gay. No me gusta la cumbia, pero en esta ocasión el ritmo fue el que parecía mover a la nena que me había sacado un trago. Parecía una víbora, contoneando su cintura fina y pasándose sus brazos delgados sobre pechos, caderas y muslos. Me excitó mucho, y también a sus amigas que rodearon y franelearon, hasta que una de ellas le levantó el vestido corto para tocarle el culo. Sus redondeces eran preciosas, y apenas percibí un hilito rojo que era su tanguita. Una de las travas que bailaba a su alrededor, morocha gigante, me hizo señas para que baile con ellas. Fui, y al acercarme la rubia teñida me comenzó a menear su culo en mi bragueta. Como tenía la pija al palo, ella se apretó contra el pedazo, mientras la morocha grandota me comenzó a besar hundiéndome la lengua en mi boca. Pensé que acabaría allí mismo, por lo que me acerque a la rubia y le pregunté su nombre. “Cintia”, me respondió, tomando mi mano derecha para llevarla a su teta izquierda.
“La tenés bien grande, ¿querés culearme papi?”, me preguntó.
“¡Si!, pero ahora, porque sino acabó acá en la pista”, exclamé.
Cintia me explicó que no se podía coger allí dentro, y que si estaba tan caliente, “como estoy yo sintiendo tu pija”, íbamos a demorar mucho hasta un telo. Entonces me propuso salir del boliche y que siga sus pasos.
Así lo hice. En la vereda me dijo que a la vuelta había un callejón oscuro, y que podíamos coger detrás de un árbol de tronco grueso. Hasta allí llegamos, y tal como había descripto se trataba de una calle de no más 30 metros de largo, oscura, y con un árbol al final, contra un paredón. Fuera de la vista de cualquiera, ella me apoyó contra el tronco, se agachó y bajó el pantalón y el calzoncillo, dejando salir mi pija que había alcanzado su máximo tamaño, de 19 x 4,5, y se la metió en su boca. En tanto, yo le bajé el vestido para sacar sus tetas y se las masajeaba mientras gemía con su lengua, saliva caliente y dientes que me hacían sentir estrellas en mi cabeza.
Le anuncié que estaba por acabar y su respuesta fue acelerar su chupada de pija, por lo que comencé a soltar mi leche dentro de su boca. Después de tragar algo, se incorporó, mientras bajó su vestido hasta la cintura desnudándose hasta la cintura y busco con su boca mi boca y me besó, pasándome mi semen mezclado con su saliva. Sentí algo extraño, y luego me gustó; ella se dio cuenta y terminó de sacarse el vestido y quedó solo con la tanguita y sus tacos altos.
“Ahora me toca a mi acabar, ¿cómo vas a hacer para que salga mi lechita de hembra?, me preguntó, perversamente.
Entonces bajé mi mano derecha y agarré su pija, chiquita y delgada, pero bien dura; luego de reconocerla con mi tacto comencé a menearla, y me gustó, y me dieron ganas de tenerla en mi boca. Cintia pareció intuir mi deseo y me preguntó si quería sentirla dentro de mi boca.
Entonces me desnudé, en ese callejón, me arrodillé y me tragué su pijita caliente y parada.
Era la primera vez que chupaba una verga, pero no era la de un hombre, sino la de una preciosa nena que tenía un clítoris grandote. Ella comenzó a moverla como su cogiera mi garganta, mientras yo recorría con mi lengua su glande palpitante.
“Voy a acabar”, me anunció. Y yo seguí mamando, hasta que sentí golpear en el fondo de mi boca una sustancia espesa, salada, caliente, que me gustó tanto que tragué y luego, recordando las películas porno que había visto, dejar que parte del semen se derramase fuera de mis labios. Como hizo ella, me levanté y besé, pasándole su leche.
“¡Sos hermoso papi!, ¡que linda pija y que bien la chupás!, ¡sos un macho bien putito!”, sostuvo, y sentí que eran un elogio sus palabras acerca de mi desprejuiciado desempeño sexual. Pero otro deseo crecía en mi mente y lograba que la pija volviese a levantarse: así como había tenido una verga de hembra en mi boca, también quería sentirla en mi culo. Sin decir nada, desnudo como estaba, me di vuelta y le di la espalda a Cintia, inclinándome un poco para apoyar con firmeza mi cola en el pene de la trava, que aún no se levantaba pero estaba mojada. “¡Ahora soy más putito, quiero probar tu pija adentro mío!”, le dije, asombrado yo mismo de hablar de ese modo tan vulgar.
Ella no dijo nada, sólo tomó su pene, la pajeo un poco, escupió sobre el, y con sus dos manos me separó los cachetes de mi ano, y me apoyó la puntita de su pija. El comienzo me pareció sabroso, por lo que balanceaba mi cola como si fuera una bailarina de carnaval, mientras mi pija se ponía al palo nuevamente y comenzaba a largar los juguitos. Pero cuando la verga de la trava entró hasta la mitad de mi conducto sentí mucho dolor, como si algo se rompiese en ese agujero negro virgen hasta ese momento. “¡Ay, no, no, sacala, me estás haciendo daño, me duele, no me gusta, sacala!”, le grité, no importándome si alguien que pasase por la esquina me escuchase como un puto arrepentido.
“Te va a doler pero enseguida vas a sentir el mejor de los placeres de un hombre; ¡por eso es que hay que ser muy macho para que te rompan el culo!”, declaró Cintia, entre gemidos.
Y con un fuerte empujón de todo su cuerpo me clavó su pene de trava en mi culo, sintiendo que sus testículos rozaban los cachetes de mis nalgas. Primero pequé un alarido, y luego me inundo un placer desconocido, que me puso la piel de gallina, me provocó cosquillas en mi vientre y sonrisas involuntarias, gozaba como una perrita, era hermoso, la verga de Cintia rozaba zonas secretas que ni siquiera sabía que existían. Entendí desde los sentidos las razones por las que tantos hombres se hacían gays, travestis o de lo contrario buscaban travas que los ensarten. Por esto cada vez había menos putas mujeres y más putas travestis; hasta una modelo de tapa de revista no podía dar este placer a un hombre, al contrario, exigían como si ellas fueran las únicas que tienen que llegar a un orgasmo.
“¡Me encanta estar ensartado, ser un putito culeado por una hermosa travesti como vos!, ¡quiero sentir tu leche que me llena adentro!”, le reclamé.
“¡Si mi macho putito!, ¡te voy a llenar de leche!”, exclamó Cintia y me clavó con más fuerza, pareciéndome que su pija, pese a su escaso tamaño, me revolvía el vientre, hasta que sentí algo caliente y suave que me inundaba. Experimenté un orgasmo inédito, sin acabada, que me estremeció completamente.
Cintia, demostrando su maestría sexual, me sacó su pija y me ofreció su culo, poniéndose cabeza abajo, y con las piernas separadas, mostrándome un anito con un agujero redondo de 3 centímetros de ancho; pensé la cantidad de veces que ese lugar había recibido pijas, y la idea, en lugar de repugnarme, me excitó y logró que mi pedazo creciese hasta su máxima longitud y anchura. “Papi, tu pija es larga y gruesa, y por más que esté bien abierta y me hayan entrado varios machos y consoladores, me va a doler, así que moja con saliva tu pedazo, hasta que entre tu cabezota”.
Pensé que decía lo que decía por un cumplido, como las putas mujeres que mentían acerca de lo grande que es la verga que tienen delante, aunque mida 10 centímetros, pero a pesar de que el agujero del culo de Cintia parecía grande y me había embardunado con saliva y juguitos mi pija, me costó entrar y la trava empezó a chillar como una cerdita. “¡Ay papi, ay, me estás reventando!, ¡qué pedazo hermoso que tenés, parece una estaca, clavame, aunque me duela, dale papi, dame duro!”, gritó Cintia, y al rato divisé que en el callejón había tres tipos, uno un joven de 20, otro un treintañero, y el restante un hombre sesentón, todos con sus pijas afuera, pajeándose.
Todo eso provocó mi máxima calentura, y exploté dentro del culo de Cintia. Pero ella, nuevamente rápida para buscar más gozo, sacó su culo de mi pija, se incorporó y me abrazó y besó, juntando nuestras pijas mojadas de leche y otras cosas, y se refregó como una gata, logrando que nuestras dos vergas se parasen nuevamente hasta que mucho más pronto que antes las dos largasen el poco semen que nos quedaba a ambos. Así abrazados, pija contra pija, sus tetas contra mi pecho velludo, nos quedamos alrededor de 10 minutos, recuperando alientos. Cuando quise separarme de ella sentí cierta resistencia: tanta leche que se había secado parecía pegamento en nuestras pieles. Los dos reímos.
Recién cuando me vestí sentí dolor en mi culo y una sensación de vacío en el vientre.
“Pasado mañana vení al boliche; te voy a presentar a mi amiga Fany, la morocha grandota; los tres vamos a hacer una fiestita en mi casa…”, me anunció.