Como recordarán, al
día siguiente iríamos al pueblo a comprar. Yo iría vestida como Noelia y me
presentaría en la tienda y la taberna como su sobrina por precaución pero que
yo supiera que era su noviecita querida. Esa noche volvimos a disfrutar del
sexo hasta agotarnos y confirmar que era su mujercita. Sus momentos violentos,
dominantes, acentuaban mi dependencia, sobre todo a la hora de ser su hembrita
carnal y sentirme usada. Su
extraordinaria personalidad, sus muchos más rasgos de supuestos cariño y
ternura y su sexualidad exuberante, me tenían fascinada y rendida. Ser exhibida
en el pueblo, como el prometía, ante sus amigos, compañeros de cacería y de
barras, tenderos, taberneros, leñadores
y hombres de campo, me ponía nerviosa pero me atraía, me gustaba
la idea. Me hubiera complacido más que me presentara como novia pero el tendría
sus razones. Tampoco era probable que le creyeran, que no se notara mi embeleso
de quinceañera por él, que no se percibiera nuestra lujuriosa relación. Y era
la oportunidad de que Noelia se presentara en sociedad: que la recién
descubierta Noelia supiera que no sólo era tractiva para Don Roberto, que la
había visto crecer como Félix esperando el momento para caer sobre su presa.
Me vestí con
picardía pero natural, como mis hermanas y mis compañeras de cole, asombrada de
la rapidez con la que había aprendido a elegir, combinar y arreglarme, hasta
usar un poco de maquillaje que encontré en el baño, junto a una colonia muy
femenina, erotizante y juvenil. También había un joyerito con cadenitas,
pulseras, brazaletes, bien escogidas. Todo eso hizo de mi salida al pueblo un
espectáculo que me imaginaba atrevido para el ambiente rústico y no tanto para
los cazadores de la ciudad. Lo que no quería era verme muy provocativa. Mi
juventud y apariencia aun delicada eran suficientes para agradar. Acentuaría mi
timidez. Permanecería muda, respetuosa de la palabra de Don Roberto, no quería
que la voz me delatara y me bastaría con sonreír.
Así fue. Reconozco
que causé sensación y noté la envidia que despertaba mi hombre y la mirada
lasciva, sobre todo de adolescentes y viejos con mi carita y cuerpito de mis 15.
No me disgustaba aunque me perturbaba un poco. Compramos para comer y beber,
vino en cantidad y chacinas. Roberto, amable con todo el mundo, yo sonriendo.
Entramos a la taberna donde olía fuerte a orines, vino rancio y cervezas y
grasas. Roberto me presentó y se enfrascó en conversaciones que para nada me
interesaban. Lo que no pude controlar fue el efecto del alcohol que estaba
bebiendo, complacida por la situación y sentada en un taburete de la barra se
me subía la falda (pollera)y exhibía inocentemente mis muslitos desnudos ya que
iba con medias debajo de las rodillas. El punto del vino tinto me hacía estar
pendiente del paquete de Roberto pero no perdía la compostura de nena ingenua,
timidilla pese a saber que era el centro de atención. Al salir no tuve más remedio que dejarme caer
en los brazos de mi amante. No llegue a entender su despedida especialmente con
uno de ellos. Salí menando el trasero y así anduve hasta el coche por las
callejuelas del pueblo.
En casa Roberto
durmió una larga siesta de borrachera. Yo me entretuve con el armario y aquella
colección de ropa. Me duché, perfumé y vestí ahora si lo más zorra posible.
Había lencería de catálogo y cositas muy provocativas. Quería agradarle cuando
despertara, provocarle, excitarle y entregarme como una putita complaciente a
él. Mi amante, novio, marido, macho.
Aún era temprano
cuando salí del baño, seta vez con pestañas espesas, labial bien rojo el pelo
suelto, aros enormes y muy provocativa, lencería de encajes, con tanga hilo
dental y un sujetador que marcaba mis pezones debajo de un top muy apretado y
cortísimo, hombros y espalda muy descubiertos, ombligo a la vista, faldita de
colegiala y medias cortas a la rodilla. Era hora de que la nueva Noelia se
pusiera así para disfrute de su hombre, su desflorador.
Al salir oí voces
en el salón. Don Roberto aquí hemos venido por la nenaza. Era una cosa
confusa. Estaban borrachos, eran tres, uno como de 20 y dos mayores, diría que
cincuentones, muy mala pinta para mi. Venían a por mí. ¿Qué significaba?
Roberto contestó desde el cuarto aun semidormido que Ahí la tienen, es vuestra.
Agregó con voz pastosa, una orden para mí. Noelia, atiende a estos amigos como
tu sabes, nena.
Yo estaba ahí ya
frente a ellos. No había escapatoria en esa pequeña casita. Y encima vestida
como una putilla, como si estuviera así para ellos. Los reconocí, el más mayor
fue el que habló último con Roberto. Muerta de miedo pregunte que querían beber
y el joven contesto bruscamente que la que iba a beber era yo y mucho. El miedo
fue mayor aun y la confusión. ¿Mi hombre me regalaba, me vendía?
Mi primera reacción
fue resistirme pero mi esfuerzo duró unos segundos. Entre los tres estaban
manoseándome, desnudándome. El joven metiendo por la fuerza su lengua en mi
boca y uno de los mayores sin contemplaciones
con un miembro enorme y bestial, escupía en mi rajita y así de pie me la
clavó con fuerza, diciendo que buena estas zorrita, que culito mas calentito,
maricona. Empezó a bombear brutalmente mientras me obligaba a ponerme en
cuatro sin sacarla. Yo tenía frío y calor al mismo tiempo. Me ardía el anito y
estaba confundida. El joven dejo de besarme y una vez que me vio en cuatro se
acercó me agarró del pelo y me obligo golpeándome los cachetes a abrir la boca
y meterme su pene, menos grande que el que tenia metido en el ano pero
durísimo. Ya sabía yo como hacer que acabara pronto. Y me puse a la tarea. El desconcierto fue mayor cuando vi. a
Roberto contemplando la escena y masturbándose. Y más lo fue cuando me sentí
entre dominada por aquel trío de campesinos feroces y a la vez un cierto placer
por la situación. Olían fuertísimo a orines, sudor, alcohol. El tercero babeaba
lamiéndome la espalda llenándome de saliva. Yo jugueteaba con mi lengua, manos
y labios y hacía todo lo posible porque la que tenía en la boca se derramara de
una vez. La ferocidad del que me desgarraba las entrañas con su rabo descomunal
obligaba a mi esfínter a apretar para defenderse pero era peor, el hombre se
excitaba más y su cosa crecía. En un momento el que recibía mi mamada especial
de puta s vino en mi boca llenándomela.
Me dieron arcadas y
empecé a llorar, quise escupir pero el muy cabrón me cerró la boca obligándome
a tragar, yo ya no sabía si era forzada, violada o si me había vuelto tan puta
como para sentir algo de placer, mucho más cuando mi ano se lleno de leche
expulsada por la bestia que me lo destrozaba. La sacó sin dejar de darme unos
azotes de crueldad y llamarme mariconcita. Yo estaba a punto de tener un
orgasmo al que me resistía cuando el que aun no me había gozado me penetró
aprovechando la lubricación del semen que se escurría por mis nalgas y muslos.
La clavada fue tan fuerte a la vez dolorosa y placentera que exploté gimiendo e
insultando a esas bestias y a Roberto. La boca no me quedó vacía, Roberto se
unió a la fiesta. Cuatro hombres me usaban, me insultaban, me humillaban. Yo,
Noelia apenas tenía unos días de existir y en medio de un éxtasis
incomprensible de lujuria podía ser consciente de su situación. Roberto no
acabó en mi boca. Lo hizo bañándome en semen la espalda. Y el chico, poseído
por el desenfreno hizo lo mismo por segunda vez. toma leche maricona, nenaza,
toma, chilló cuando soltó el chorro. El que aun me metía y sacaba salvajemente
acabó dándome golpes brutales en las nalgas y los riñones y babeándome. No se
cansaron. Uno a uno fueron logrando recuperarse y con menos brutalidad y
aprovechando mi relajación, agotamiento y cierta complacencia me fueron
penetrando una y otra vez. Yo no quería saber cuantos orgasmos había tenido
pero si fueron muchos. No quería reconocerlo estaba sucia por fuera y me sentía
así por dentro.
Se fueron riéndose a carcajadas llevándose mi
lencería o lo que quedaba de ella como trofeo. Adiós Don Roberto y gracias,
alcancé a oír, esto ha sido lo mejor que ha traído, vuelva pronto con ella.
Si me leyeron toda
la historia y quieren comentarme lo que sea ya saben que soy Noelia.