Me pajea una preciosa pendeja trava
(Primera parte)
Me mataba a pajas. Como mínimo, dos por día, y los fines de semana, desde la tarde del viernes hasta la siesta del domingo, prácticamente no dormía ni comía masturbándome.
Luego de divorciarme, vivía solo, y mi departamento estaba empapelado con fotos de modelos, vedettes, pornstars, travestis, cogidas, orgías, y fotos mías mostrando mi pija y mi culo. Porque me pajeaba dándole a la verga y gozando también por el culo. Para eso usaba zanahorias, pepinos y dos consoladores. Además, los fines de semana me ponía tanguitas, o medias panty o baby doll y así andaba por mi departamento moviéndome como putita, mirando porno por Internet, DVD o revistas. Cuando ya no daba más, tomaba viagra solo para tenerla dura, aunque ya no me saliese lechita.
En las últimas semanas me empezó a gustar ver travestis, sobretodo si las chicas eran lindas, con tetas buenas y pijas gruesas. Y entonces conocí orgasmos y acabadas dándome por el culo y acabando mientras veía travas largando su leche.
Tres veces había llevado putas al departamento, no para cogerlas, sino para pajearme mirándolas desnudas y masturbándose ellas, pero era difícil encontrar trolas que se enganchen en mi onda pajera, sin que quieran cobrar locuras. Tal vez por eso me gustó tanto la vez que llevé a una chica travesti a mi domicilio.
Había llegado a la zona roja donde sólo están ellas, y tras cinco vueltas me animé a llamar a una lindura que me pareció ideal para lo que deseaba: flaca, aspecto de adolescente, piernas largas, cintura fina, pechos grandes, cara bonita, labios delgados, pelo castaño claro largo, cola durita. Vestía una minifalda de raso cortísimo y ajustado que dejaba ver su tanguita negra, y una camisa anudada en el diafragma, sin corpiño, permitiendo asomar la mitad de sus armoniosas tetas.
– Hola papi, ¿vamos a jugar juntos? – dijo la pendeja, inclinándose en la ventanilla del acompañante y mostrando el manjar de sus senos.
– De eso se trata: quiero jugar, y jugar a todo… – respondí estirando mi brazo derecho para rozar su teta izquierda.
– ¿A qué querés jugar papi? – preguntó la chiquita, provocándome más.
– Decime los precios de los juegos bebé
– Pete, cien pesos; simple, doscientos; completo, trescientos; una hora, cuatrocientos; vuelta y vuelta, quinientos.
– Si vamos a mi depto, ahora hasta que salga el sol, ¿Cuánto?
La pendeja me estudió con detalle y me contestó:
– Me caés bien; hasta las diez de la mañana, poniendo vos algo para tomar y fumar, ochocientos pesos, y hacés lo que querés…
– ¡Dale!, de acuerdo; pero antes que nada, te cuento: lo que quiero es mirarte desnudita, y pajearme mirándote, y que nos pajeemos juntos, y acabar todas las veces que podamos…
– ¡Ah, sos bien chanchito vos…! me encanta; dale, vamos…
Al subir al auto, su minifalda se levantó hasta su entrepierna, y ¡qué lindas piernas!, tenía puestas unas medias caladas, con liguero, y no pude evitar acariciarlas, mientras arrancaba el motor. Una cuadra más adelante, Mariela, como me dijo que se llama la pendeja, se desprendió el nudo de su camisa y sus tetas quedaron libres. ¡Eran preciosas, duras, redondas, paradas, supongo talla 95; mi mano derecha fue a tocarlas, y tres cuadras más adelante, no aguantando más, frené y me acerqué para besarlas y chuparlas
– Mmm……, papi, me estás recalentando, pero seguí, vamos a tu casa para que te entregué todo lo que quieras… – y se aproximo a mi cara y me besó en la boca, metiéndome su lengua hasta el fondo de mi garganta.
Volví a arrancar y entonces ella se agachó, se sacó totalmente su camisa, me bajó el cierre del pantalón y sacó mi pija aprisionada por la tanguita mojada, que ya estaba largando juguitos…
– ¡Qué hermoso pedazo!, ¡y que degeneradito sos!, ¡cómo vamos a gozar! – y se la metió en su boca golosa.
Así anduvimos 15 minutos, hasta que llegamos al edificio donde vivo. Ella bajó, con las tetas al aire, y yo la seguí, tocándole el bamboleante culito.
Al entrar al departamento Mariela me empujó contra la puerta y me besó con esa lengua que me exploraba toda mi boca. Luego se apartó y miró la decoración de las paredes, pobladas de fotos pornográficas.
– ¡Con razón andás alzado todo el tiempo!, ¡me encanta tu casa, yo tengo también muchas fotos pegadas, de pijas y culos de trolas travas reventadas!
– Te cuento que me pajeo todo el tiempo – le confesé.
– Te creo. ¿me dejás ir al baño?, voy a refrescarme y prepararme completa para vos…
– Es esa puerta – le indiqué, andá y ponete linda, yo voy a llevar para tomar, comer y fumar al dormitorio, te espero allá… ¿qué trago querés?
– Para empezar, cerveza, y si tenés, un porrito…
– Tengo.
Al costado de la cama de dos plazas tenía una miniheladera que contenía 12 botellitas de cerveza, un whisky, dos vinos tintos Malbec y dos torrontés, un Fernet de litro y dos coca cola de 2 litros. En el cajón de la mesa de luz, cigarrillos negros y rubios, y las sustancias que ella quería. También los dos consoladores, uno de 15 x 3, y otro de 18 por 5. Los saqué y puse al pie de la cama. Prendí el DVD y puse una película de travestis masturbándose. Me desnudé y fui hasta el placard para ponerme otra tanguita.
Me cubrí con la sábana y me entretuve mirando como dos travas hermosas se pajeaban entre ellas. La combinación de ver esas tetas y sus pijas paradas levantó de nuevo la mía, logrando levantar la tela que me cubría.
En ese momento vi aparecer a Mariela. Hermosa, sensual, subyugante. Llegó solo con su bombachita y los tacos, y su pelo cubriéndole las tetas. Como no le vi bulto en su entrepierna supuse que había colocado su pija para atrás. Miró la pantalla del Tv y sonrió. Luego comenzó a caminar por todo el cuarto, rodeando la cama, moviendo exageradamente sus caderas, mientras masajeaba sus senos. Se acercó hasta mi costado, paró su colita y me pidió que se la toque. Parecía de piedra, por lo firme, y de algodón, por lo suave. Después arrancó la sábana que me cubría y miró con lujuria el mástil que me asomaba por el borde de mi tanguita.
– Lo primero y probar esa pija… – dijo y se tiró sobre mi vientre.
Mariela era una pendeja sabrosa, que sabía que hacer. Comenzó a descender su boca y lengua desde mi ombligo, provocándome espasmos, hasta llegar a la tanguita que vestía. Con su lengua fuerte levantó el borde y dejó salir mi verga, dura, erecta y palpitante.
– ¡Papito!, ¡qué hermosa pija, grandota y gruesa!; ¡me la voy a comer hasta sentir que me llena mi boca! – exclamó entusiasmada.
Me bajó la lencería de putita que tenía y saltó mi verga contenida. Ella abrió su boca y la engulló para de inmediato mover su lengua como antes dentro de mi boca; su órgano sin hueso, caliente y empapado en saliva, envolvió mi glande y hundió la puntita en mi uretra, haciéndome delirar…
– ¡Pará Mariela, preciosa, me vas a hacer acabar… – le dije entre gemidos.
– ¡Si amor!, eso quiero, que me llenés de tu leche… – exclamó con voz pastosa.
Y así fue, mientras sus labios y lengua enloquecieron mi pija convertida en una roca, comencé a largar todo mi esperma; ella recibió la primera parte en su boca, y la tragó, para luego agarrar la verga y pasársela por sus tetas monumentales, enchastrándolas de semen.
Mariela se arrodilló sobre la cama, a mi costado derecho, y me sonrió. Su cara, cuello y senos brillaban con mi acabada.
– ¡Papi, que hermosa acabada!, me quemó…
Yo apenas podía respirar, gozaba hermoso, y me encontraba arrebatado con la paja que Mariela me había hecho con su boquita, labios, dientes y lengua…
(continúa)
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