Lo que no saben es
que me convertí en una gatita complaciente que ronronea a su lado todas las
horas que su trabajo le permitía pasar en casa, que le pedí que se comprara
ropita de todas clases, sexys lo primero, pero luego quería ser simplemente su
mujer y me regaló cositas para estar en casa como una damita.
Me conoció según
dice como una dulce criatura entonces virgen que se le apareció como una diosa
en aquella disco a la que llegué por primera vez vestida como una hembrita deseable
y que superó la sorpresa de mi sexualidad que tímidamente le mostré contándole
que se sentía una nena. Ahora me asegura que llegó a amarme y yo le contesto
que me ha hecho sentirse una mujer deseada y satisfecha. Me quedé en su casa. Di una excusa a mis
padres. Sólo temía que algún día se nos agotara el deseo mutuo, esa locura que
nos invadía al mirarnos o al recordar aquella primera noche de maravillas, mi
primer orgasmo sin tocarme, su estallido en mi boca y todo lo demás. Eso lo
saben porque ya lo he contado con detalles. Lo que no saben es que Laura se
convirtió en una gatita complaciente que ronronea a su lado todas las horas que
su trabajo se permitía pasar en casa, que le pedí que me comprara ropita de
todas clases, sexys lo primero, pero luego quería ser simplemente su mujer y me
regaló cositas para estar en casa como una damita. Me quitó el sueño de verdad.
Ahora no puedo dormir porque su olor a mi lado, su calorcito de hombre ardiente
y su respiración, me tienen alerta todas las noches y todas las horas. Estoy
siempre deseándolo y el lo sabe. Ya no soy la novata que ligó en la disco
aquella noche de suerte. Ahora soy una experta trabajándole el pene con las
manos y con mis labios, mi lengua y a veces mis nalguitas duras y respingonas.
Como soy irremediablemente viciosa seguí chateando con mis amigas. El también
lo hacía y nunca le negué que tenga con ellas un ciber revolcón. Se había
aficionado al sexo virtual. Pero ahora tengo algo que ellas, sus ciberamigas ni
imaginan. Laurita, o sea yo, es tan sumisa y complaciente que acepta con
dulzura esas infidelidades. Pero es mucho más. No es necesario que el se
masturbe para pasar un buen rato con Sandra, por ejemplo, una travesti putilla
de la red que se pone muy caliente. Laura se encarga con gusto de lamerle, comerle
y masajearle el rabo mientras el juega con Sandra o con Mónica, otra nena que
resultó ser también como yo, una viciosilla travesti en la intimidad. Se corría
en mis labios, en mis pezones. Ellas las ciberamigas lo saben y disfrutan más
que nunca. Mónica la que más. Una travestida en la intimidad que al principio
pasó por hembra hasta que supo lo de mí y se confesó. Ahora el tenía dos nenas
con el mismo encanto. Un día nos sorprendió chateando entre nosotras y a mí dándole
detalles de lo dotado que está y de lo a gusto que me lo paso siendo su
esclavita y su amante o su mujer. Mónica tenía mucha imaginación y me propuso
que le pidiera que me presentara a sus amigos, que los llevara a casa con
cualquier excusa. Y eso hizo. Se lo pedía su princesa y el lo consentiría, como
yo era conciente de sus cuernos virtuales. Invitó a Pablo, un amigo de su
Instituto al que hacía tiempo no veía, a beber unas copas en su casa. Pablo
había pasado por su piedra a casi todas las chicas de la clase y de otras clases.
Tenía fama de super dotado pero no por su inteligencia. Sería un regalo para mí.
Y soy demasiada sensualidad como para quedar atrapada así en la vida de un solo
hombre. Me vestí como nunca, sabía que era una ocasión diferente, nueva, me
repasé el depilado de mi cuerpo, untándome cremas suavizantes que me dejaban la
piel como de niña, prácticamente no quedaba nada de mi masculinidad de nacimiento,
aunque esto no sea cierto, aunque yo quería verme así, como una hembra
angelical, tan dispuesta y sensible, tan fantástica. Me puse mi sujetador color
granada fuerte con encajes y ese corte que hacía que mis casi inexistente pechos
parecieran frutas maduras, comestibles, sólo con el detalle de alzarlos e
insinuarlos. Elegí tanga a juego, hilo dental, pero con un triangulito del mismo
color y encajes románticos. Por encima mi vestido de fiesta, el que llevaba la
noche en que me conoció, no olvidé mis medias de seda negra, ni el collar de
plata y jade que me regaló, ni el brazalete con su nombre grabado, ni mis aros
enormes descendiendo de mis orejitas fascinantes, desnudas con el pelo
recogido, tan negro y brillante como nunca. Así esperaría a su amigo Pablo. Así
estaba yo envuelta en una nube de deseo sabiendo que mi placer aquella noche sería
entregarme a la lujuria de Pablo, un regalo para ambos, incluso para mi hombre.
Yo necesitaba ya saberme deseada por los hombres, no sólo por mi amante. Era la
oportunidad de confirmar mi feminidad más allá de su cama y sus caricias. Llegó
Pablo puntual como siempre, enfundado en unos vaqueros ajustados que marcaban
aquella prominencia que escondían, una camiseta que dejaba descubierto sus
hombros, su piercing de diamante en su labio inferior, sus gafas de sol y el tabaco en la comisura
de sus labios. Me llamó y aparecí como una diosa de la lujuria y la belleza femenina.
Se sorprendió a sí mismo. Yo estaba mejor que nunca. Las miradas que nos cruzamos
le confirmaron que estaba todo hecho. Pedí que solo quedaran las velas
encendidas y me acerqué a su amigo para estamparle un beso fuerte y profundo.
El me cogió las nalgas, me atrajo hacia su pelvis y yo gemí. Yo me estremecí
pensando en las tantas noches y días que mi cuerpo sólo fue de Jose, mi amante.
Mi amo estaba excitado, enervado. Fue brusco. Por mi no preocuparse, ir al
grano
Le miré entre enojada y agradecida y sin perder el tiempo bajé la
cremallera del vaquero de Pablo, me arrodillé y busqué con mi lengua el miembro
más poderoso que los que había visto en los vestuarios del colegio. Solo verlo
y comencé a jadear. Pablo me llevó la boca hacia esa maravilla que salía de su
pantalón y yo enseñada por mi hombre durante meses comencé a lamer con suavidad
primero y luego cada vez más intensamente
no pudo Jose evitar acercarse y
ofrecerme la suya y tan pronto la vi cerca de mi cara comencé a jugar con
ambas. Ya era su alumna aprobada, una zorrita caliente con estilo y viciosa.
Gemía, disfrutaba, casi lagrimeaba de gusto, lo hacía como una experta. Estaba
en el paraíso. Por primera vez con dos hombres. A cada cual más dotado. Me
estaba estremeciendo, así seguí hasta que Pablo decidió ir a por mi culo de
nena, seguí con su miembro durísimo, lamiendo, mamando, mordisqueando suavemente.
Al de mi amorcito lo conocía lo suficiente, sabía hasta cuanto podía calentarlo
antes de estallar en mi boca. Tenía la lengua de Pablo incrustada en mi anito,
jugueteando con las paredes de mi esfínter goloso que tantas veces fue horadado
por mi Jose. Ahora deseaba ser
penetrada. Estaba desesperada porque Pablo me hiciera sentir otro rabo
distinto, que además es espectacular, un arma, un regalo para un culito tan
delicado como el mío. Jose supo que la había ensartado por el gemido y el
apretón fuerte de mis labios en su glande, fue fuerte, apreté con ganas, dolor
o placer, no sé pero suficiente para hacerle saber que Pablo me había penetrado
sin contemplaciones, que estaba enloquecido por lo que ofrecía el anito glotón
de Laura, preparado por tantas noches y tardes y mañanas de lujuria desenfrenada
en nuestra cama de amantes. Yo gemía chupaba con fruición y él estaba a punto
de llenarme la boca de leche. Paró un segundo y se pidió que aguantara. Temblé.
Como una hoja, chillé y jadeé. Había tenido uno de mis tantos orgasmos sin
tocarme, genial. Maravilloso, lloraba de felicidad pero pedía más de Pablo, de su
arma abriéndome, partiéndome, desgarrándome. Mi señor dejó que siguiéramos mientras
yo mantenía su pene duro con un masajeo lento. Iba a ocupar el lugar de Pablo
en cualquier momento. El no podía dejar de llenarme también el culo de leche. Le
pedí el cambio, quería volver a probar el sabor del miembro enorme y duro de su
amigo y dejar que mi amante, mi papi, intentara preñarme por enésima vez. La
locura de excitación. Yo enloquecida por la penetración de Pablo, su bombeo
salvaje, esperaba ahora su embestida. Volví a correrme en cuanto me la metió.
Estaba en el éxtasis total. Dos hombres usaban mi cuerpo. Dos hombres me
disfrutaban. Aun seguía vestida, esa imagen de hembra poseída, usada, me
encantaba, me volvía salvaje. Jose me llamó perra puta, porque me había
dejado coger por otro hombre: yo pedía perdón papi, úsame tu, hazme daño si
quieres, perfórame papito
pero volví a mamársela a Pablo con ganas y golosamente
hasta que este terminó en mis labios derramándose por mi cuello y pecho y tuve
entonces yo, muy zorrita, otro orgasmo, lloraba de gusto, y entonces terminó
Jose en mis entrañas, echó litros de semen en mi cuerpo. Quedamos exhaustos los
tres. Sudando. Me colgué del cuello de mi amor y no pude evitar un llanto.
Papi, gracias por esto, soy una hembra, ahora lo soy del todo, puedo ser de
todos los hombres pero quiero seguir siendo tuya. Mi hombre me abrazó y besó
en la boca. Acarició mi pelo. Me cogió en sus brazos, me llevó a la ducha y me
bañó como a su bebita. Esa noche Pablo se durmió en el sofá pero estoy segura
que se ha despertado por la noche porque sé que no fue Jose quien me besó y
acarició
ahora tengo dos amantes. Puedo contaros más de mi si me escriben.