La curiosidad, la impaciencia de la
colegiala que llevo dentro, me llevaron a curiosear en los chats. Ahí
desaparecía el chico solitario y podía ser Julia la dulce, como me puse de
nick y ser esa chiquilla, tierna, sensual y apasionada; ese animalito de hembra que se esconde en mí ser: esa niña
incestuosa que crece en mi interior fantaseando con ser amada y deseada por
hombres maduros; para los que me visto y me maquillo a escondidas. Allí, en un
canal trans, conocí a Mauro, un hombre, ni demasiado aniñado, ni de sexo
ambiguo. Un hombre como debe ser. Nos encontrábamos cada vez más seguido hasta
que para mi se convirtió en un vicio, en ansiedad, cada vez que me vestía
sensual para él.
Sólo una foto y sus palabras desde
cariñosas hasta brutales era lo que tenía de él cuando empecé a sentirme suya.
Para una chiquilla travesti en la intimidad, adolescente ya era un motivo de
felicidad encontrarme en el chat y el disfrutar de su trato, de sus palabras
seductoras y de su lujuria desenfrenada
cuando nuestro diálogo se ponía al rojo vivo.
Me hacía sentirme hembrita, era
su nena, y casi siempre acabamos liados en la fantasía compartida de un polvo
glorioso.
Pero ya no era un juego. Me estaba
enamorando de ese hombre casi anónimo
pero que imaginaba perfecto en cuerpo y alma. Me di cuenta de que estaba
cautivada al despertar de un sueño, sudorosa y con la sensación de haber estado
en sus brazos y que mi cuerpo parecía satisfecho, como después de haber tenido
más de un orgasmo real. A la noche siguiente lo busqué ansiosa en el chat, lo
esperé, ansiaba que lo supiera. Quería volver a describirme, enviarle fotos
nuevas de mis pechitos crecientes, como si fuera la primera vez que chateabamos.
Quería enamorarlo y que se volviera real. Con lo difícil que es para una nena como yo enamorar a un hombre de verdad.
Pero lo soñé. Soñé que me pedía que me fuera con él en carne y hueso en medio
de la noche. Y quería que supiera que él y yo fuimos los protagonistas de ese
sueño y que se entusiasmara y me pidiera, como lo hozo, que se lo cuente. Y
empecé a relatarle: Mira Mauro, soñé que estábamos en una playa frente a una
luna brillante, tu voz susurraba en mis oídos palabras que entendía a medias
pero eran de amor. Tus manos se paseaban por mi cuerpo excitándome. Despertando
mi impaciente sexualidad femenina. Estabas desnudo contra mi cuerpo aún vestido
con una blusa fina transparente que me resguardaba del frío marino de la noche.
Con suavidad, frotabas mis pezones entre tus dedos hasta hacerme gemir. En mi
interior nacían sensaciones que me asustaban por lo violentas. Mi cuerpo se
tensaba necesitando algo de ti
.
―Por favor ―te supliqué.
―Eso es, deséame, pídeme, dijiste ― bajaron tus manos por mi
cuerpo, rozándote apenas las nalguitas―. Dilo, dime que quieres, te dije
imperativamente pero no esperé tu respuesta. Abrí mis piernas. En un
ofrecimiento mudo de mi cuerpo. Jugué con tu sexo, acariciando, explorando.
Llevándome casi al borde de la locura. Mordí mis labios sofocando mis gemidos.
Y de pronto su dureza me soprendió cuando leí en la ventana
del chat ―Basta por hoy ccn us sueños. Me interrumpió: Mañana harás tu
trabajo ―ordenó―. Me pondrás caliente, muy caliente. Harás que me corra en tu
mente de putita virgen y yo crea que también lo hago en tu cuerpo. Y yo que me
sentía esa noche al verle conectado que era Julia su bella novia de mis sueños
Y
me dejó así, hambrienta, suspendida ante el abismo al que se precipitaban mis
sentidos. Temblando al borde del llanto. Con la sangre ardiendo en mis venas,
en mi cuerpo. Mi sexo a punto de estallar en un orgasmo celestial. Era como
despertar de otra forma y saber que para el eran solo juegos pero sus juegos me
estaban volviendo loca. Aunque no quería hacerlo, le odiaba tanto como le
deseaba. Y mientras me debatía entre mi cuerpo insatisfecho y mi orgullo, me
encontré sentada ante el ordenador. Y empecé escribir…
Amado Mauro: Siento que mi cuerpo
esta en ebullición, que mi piel me viene pequeña, que algo más grande que yo
esta por estallar en mi interior. Que se me llena la mente de imágenes que no
puedo, no quiero controlar; que afloran, que suben, sensuales, eróticas,
ardientes, vulgares, de esa hembra dentro de mi misma que está a la vez oculta
y a flor de piel. Mi pasión, esa locura que me envuelve hoy eres tú Mauro. Me
meto en tu mente. Estoy dentro de ti. Soy yo Julia quien te susurra en los oídos
que siento mis pechos anhelantes de tus caricias, de tu boca, de tus dientes. Que
mis caderas casi sienten la presión de tus manos, mi hoyito se abre para
recibirte, palpita, suplica mojándose en una lluvia torrencial de deseo. Mi
alma, mi yo, susurra que te quiero, ¡te quiero! Y mi cuerpo hoy, es necesidad
pura, ardiente vacío que intento calmar con mis dedos.
Quiero
que sepas que me estremezco, que mis labios se abren sedientos e imagino tu
boca goteando saliva; que deseo tu boca, deseo tu cuerpo, deseo envolverme en tu
oscuro, cálido y húmedo interior. Mi lengua quiere saborearte, quiere extender
su humedad por todo tu cuerpo, lamer cada parte de ti. Mi trasero y mis muslos esperan
la caricia de tus manos ásperas, fuertes. Mi boca juega con tu sexo, una y otra
vez, mi lengua perdiéndose en su recorrido desde el glande a los testículos. No
soy más que un gemido profundo, un jadeo sin aire, un cuerpo de mujer que
vibra. Te deseo Mauro. Cierro los ojos, no los necesito para verte en mi
interior. Para sentir esta desesperación que me hace creer que tus caderas se
muevan solas buscando mi boca, mi garganta.
Cada centímetro de mi
piel, siente hasta la más mínima brisa que entra por la ventana abierta de
nuestro cuarto y cada gota de tu sudor que se desliza desde mi nuca hasta mi
espalda. Mi mente morbosa se recrea en imágenes de tu sexo entrando en mi, bombeando
sin parar, rompiendo mis carnes, partiéndome, abriéndome y tus manos abarcando
mi culo, levantándolo, presionándome contra tu vientre. Imagino el momento en
que dejas de moverte dentro de mí, que te quedas quieto, con tu polla
llenándome, mis piernas abiertas al máximo, mis caderas elevándose para recibir
tu semen, tu leche ardiente. Y siento que estoy a punto de correrme, de
correrme contigo en este encuentro imaginario de nuestros sexos luchando por
unirse más y más. Y todos mis deseos chocan en mi mente para ser cual me lleve
al orgasmo y todos ellos se reducen a ti, a sentir tu cuerpo erecto, a escuchar
tu respiración jadeante, a morirme de placer cuando eyaculas, cuando me lo das
todo, Mauro.
Cuando llegué a ese
punto había tenido un orgasmo sin tocarme, solo con mi imaginación, mi deseo
por ese hombre que ni conocía y la fuerza de mi lujuria me llevaron a tener un
orgasmo de hembrita virgen quinceañera, el primero, el de la desfloración. Me
dormí y volví a soñar. Esta vez en otro escenario. Esta vez lo escribí sin
esperar que lo leyera aunque era para él.
Mauro
he vuelto a soñar contigo. En el sueño siento tu mirada en un sitio público, veo
tus ojos ardientes de deseo, hambrientos, quemándome. Yo voy vestidita muy
sexy, mis hombros brillan descubiertos y bronceados, mis pezoncitos erectos se
notan en el vestidito tan pegado, mis muslos desnudos dejan entrever su final
en el diminuto tanga rojo que tantas veces te excitó en el chat. Estamos en una
cafetería. Tus manos en mis muslos bajo la mesa, hacen que mi respiración se
agite, que las palabras salgan entrecortadas de mi boca, que mi pecho se mueva
más aprisa. Y abro mis muslos lentamente. Deseando, temiendo que llegues a más,
que tus manos rocen mi tanga, que sientas que estoy mojada por ti. Me acercas con fuerza mi cara a la tuya y
juegas a comerme la oreja, a susurrarme al oído.
― Quiero comerte entera ―me susurras con la voz temblando de deseo,
tus dedos han llegado ya a mis nalgas―. Quiero poner la boca donde entran mis
dedos. Que te corras una y otra vez con mi lengua nena.
Y yo tiemblo al oírte, y trato desesperadamente de no gemir, de que
nadie ―sólo tú― sepa lo caliente que estoy.
―Tócame ―tu voz de
nuevo en mi oído, suplicante, quemándome―. Toca mi polla, nótala, siéntela…
tan dura, por ti.
Sabes en que punto mi pasión, mi deseo
supera mi timidez, mis miedos. De golpe estoy en ese punto y mi mano se dirige
sin titubear a tu polla. Mis ojos te buscan. Te dejan ver mi yo más lascivo. Él
que intuitivamente sabes encontrar en nuestros encuentros virtuales. Presiono
tu polla dura a través del pantalón y siento tus dedos separando las braguitas
de mi piel, metiéndolos en mi hoyito. Sonríes tenso, con la ansiedad pintada en
tu cara. Los sacas lentamente, los levantas en el aire. Contengo la respiración
por un segundo, los veo brillar mojados de mí. La gente nos mira desde las otras mesas
―Ve ―me ordenas―. Te
deseo.
Me levanto. Me
tiemblan las piernas. Paso entre las mesas como inconsciente. Ni me fijo, ni me
importa si me miran, si saben que va a pasar. Sólo sé que te necesito. Ya.
Dentro de mí. Empujo la puerta del baño. Un estremecimiento de anticipación me
cruza el estómago, el sexo apretadito, estrecho. Llevo mis dedos a él, como tú
has hecho antes y me noto tan mojada, mi amor. Cuando entras estoy repitiendo
tu gesto y tengo los dedos dentro de mi boca, saboreándome. Cierras la puerta.
Te doy la espalda, te miro sobre mi hombro y subo mi falda. Busco tu miembro
pegándome a ti. Tu mano cruza mi cintura, atrayéndome aún más contra tu cuerpo.
Con la otra, desesperado bajas la cremallera de tus pantalones. Impaciente
muevo mis caderas contra tu mano, siento el roce de tus nudillos en la entrada
de mi sexo. Noto como liberas tu polla, arqueo mi espalda. Apartas ese
minúsculo trocito de mi tanga que me produce entre mis nalgas esas sensaciones
excitantes que tuve desde niña. Y me penetras de golpe. Escucho tu grito de
macho dominador mezclado con el mío de dolor y goce. No existe nadie, nada más
en el mundo que tu y yo. Unidos, fundidos uno en el otro. Moviéndonos ciegos,
sordos a lo que no sea el roce de nuestros sexos. Desplazas las manos por mi
cuerpo, tocando, amasando, sujetándote a él, sujetándome a mí, incrustándonos. Alcanzas mi clítoris, ahuecas tu mano sobre
él, se que quieres darme más placer, mientras tus embestidas son cada vez más
rápidas, más urgentes.
―Joder ―dices, entrecortado, jadeante― Joder, que ardiente
estás. Córrete, mi amor. vente para mí, conmigo. Ahora… ahora.
Me sujeto a tu muñeca, a tu mano. Siento tu polla
atravesándome. Siento como el placer crece y crece, como el calor se extiende
por todo mi cuerpo, como el deseo llega a dolerme. Y necesito… necesito…
más, más rápido, más fuerte. Te lo suplico, me retuerzo, busco mi voz más
femenina, mas gatuna.
―Ya, por favor, ya.
Tus manos me sujetan de las caderas. Te incrustas en mi
cuerpo. Un golpe seco de tu polla en mi sexo, dilatándome aún más. Me rompo. Me
quiebro. Las palpitaciones de mi huequito, de mi cuerpo me hacen temblar contra
ti. Apretarme contra ti, apresar tu polla en mi coño estrechito. Te pones
rígido.
―Lléname, mi amor, inúndame de tu semen. Quiero sentirte
dentro de mí siempre.
No aguantas más. Te introduces en mí casi más de lo que puedo
soportar. Viertes tu leche en mi interior. Y así, sin movernos, quietos, sintiendo como
nuestros fluidos se mezclan, me susurras: Te amo.
Abro los ojos. Me siento
desorientada. La pantalla del ordenador me ilumina. Y Mauro no está. Sin
embargo el aire huele a él, a nosotros y el aroma del sexo, del deseo, de
nuestro amor me impregna. Sin releer lo que escribí, con mis dedos aún mojados
de mí, abro el correo, escribo su dirección y se lo mando. Y ahora, espero.
Pronto contaré si mis sueños se
hicieron realidad. No me molestaría saber que opinan. Julia.