La primera impresión que tuve del prostíbulo, de ese local nocturno, fue de un encanto, de una especie de enamoramiento “platónico”, ya que me quedé alucinado y anonadado por el lugar, por el ambiente, por las luces, por la música, por el mobiliario, etc. y además por la manera de interactuar entre las chicas y los “parroquianos”; me sentía feliz, absolutamente realizado y más aún, no me sentía “travesti”, sino que me veía y me sentía directamente mujer; lo único en lo que no había reparado, era en el hecho de que tal vez estaba prostituyéndome.
Tan excitado había quedado en mi primera noche en el prostíbulo, que le dije a Casandra que quería estar vestido como las chicas, producido como ellas y moverme dentro del local como ellas; Casy obviamente accedió y al sábado siguiente debuté como una de las chicas; una peluca rubia espectacular, una camisola que dejaba traslucir mis pequeñas pero hermosas tetitas, medias caladas, tanga y portaligas y unos zapatos con tacos altísimos; por supuesto todo complementado con accesorios y maquillaje muy pero muy erótico e incitante.
Yo no lo podía creer, me miraba al espejo y me veía infartante, hermosa, increíblemente provocadora y muy pero muy sensual; me movía por el prostíbulo de una forma tan normal y tan natural, como si siempre lo hubiera hecho así; caminaba entre las mesas, les llevaba copas a las chicas y tragos a sus clientes y meneaba las caderas exageradamente, mostrando mi jovencísimo culo al aire y lo mejor de todo fue, que al terminar la jornada, Casandra me pagó “Este es un trabajo y esto es tuyo… Te lo ganaste”-Me dijo.
En un solo día tuve más plata en mis bolsillos que todo lo que por mes, me daban en mi casa y ello obviamente me gustó muchísimo, tanto que no pude disimularlo y entonces Casandra aprovechó para comentarme que, uno de los muchachos que había estado sentado en la barra del prostíbulo, según sus propios dichos, le había comentado que le gustaría estar conmigo, que le gustaría tenerme con él sentado en uno de los sillones e inclusive, que querría llevarme a “los reservados del local nocturno”, con todo lo que ello significaba.
Yo estaba tan omnubilado que le respondí afirmativamente, entonces Casandra me dijo: “Los clientes que nos prefieren a nosotras, las travestis, son completamente diferentes a los que buscan a las chicas, por eso ellas nunca compiten con nosotras. Acordate que esto es un trabajo y que los tipos tienen que dejar plata, cuánta más plata dejen ellos, más habrá para todas nosotras” y acotó además: “Podés dejar que te toquetee y te manosee en el sillón, pero si quiere ir al reservado, la chupada de pija tiene un precio y la cojida (ponerla) tiene otro” y finalizó diciéndome: “Si alguien te pregunta algo, vos sos Yanina, mi prima y vivís junto conmigo… más explicaciones no le des a nadie… ¡Ah! Y con respecto a tu edad, no les digas que tenés 17, deciles que tenés 15”.
“¡Pero! ¡Me van a tomar por una pendejita!” – Le respondí a Casandra y ella replicó inmediatamente: “Los tipos que nos buscan a nosotras nos quieren bien jovencitas, cuánto más mejor y más plata nos pagan”.
Al sábado siguiente, yo, Yanina, la travesti, , la prima de Casandra, fui al prostíbulo ya decidido a disfrutar de una noche de placer sexual al máximo y por supuesto, aún seguía sin reparar en el hecho de que estaba prostituyéndome, pero aquella noche fue alucinante, ya que mi cliente (yo no los consideraba como tales), me sentó sobre sus rodillas y me manoseó por completo y para finalizar, me llevó al reservado y me cojió de una manera sublime, espectacular, apoteótica; disfruté como nunca lo había hecho y encima me llevé a casa mucho dinero.
Mis dos hermanas que aún vivían en casa (la mayor ya estaba casada en ese entonces), sobre todo la inmediatamente mayor a mí, comenzó a sospechar que algo raro pasaba conmigo, máxime teniendo en cuenta que, en varias ocasiones, me sorprendió con restos aún de maquillaje y con esmalte en las uñas, pero como ella ya sabía, es decir, estaba al tanto que yo eventualmente solía vestirme de mujer, quedó solamente aquello en una sospecha y nada más y yo continué “ejerciendo la prostitución” aunque sin tomar real conciencia de ello.
Llegué a cojer con hasta tres tipos en una noche (tiempo después me enteré que era la propia Casandra, la que me llevaba los clientes) y me había convertido en todo un experto en materia de sexo. A mis 17 años ya cojía como toda una “travesti prostituta” y lo peor en un aspecto y lo mejor en el otro, era que cada vez me gustaba más, hasta que sucedió un imprevisto que me hizo cambiar de opinión drásticamente, no se si para bien o para mal, pero me hizo replantear todo, me hizo “barajar y dar de nuevo”.
Casandra comenzó a decirme que se irían de la ciudad, que abrirían un prostíbulo en otra localidad y que nos garantizaría muchísimos ingresos, pero eso sí, yo debía irme de mi casa y transformarme definitivamente en travesti, hormonas mediante e inclusive alguna cirugía reconstitutiva; yo, por un lado quería, deseaba y hasta necesitaba ser una mujer, pero también era consiente de todo lo que significaría abandonar el seno familiar, dejar mi casa, mis amigos, mi lugar y ello terminó por inclinar la balanza.
Una de las chicas, contribuyó también a que yo tomara la decisión de dejar todo aquello, ya que me dijo que yo era joven e inteligente, que estudiara, que terminara mis estudios secundarios y que me inscribiera en una carrera terciaria o universitaria; que el mundo de la prostitución tenía muchas luces, pero también muchísimas sombras. Hoy en día soy ya profesional y estoy inserto en el mundo laboral, tal vez por los consejos de una prostituta y en cuanto a mi vida sexual, continúo siendo gay “ultra, súper e híper pasivo” y como mi cuerpo sigue siendo muy pero muy femenino, me trasvisto de vez en cuando, pero sola y únicamente por placer.
No le guardo rencor a Casandra ni mucho menos; ella tenía sus razones para pretender prostituirme y además le debo muchísimo de lo que ha enseñado. Nunca supe más de ella ni del resto de las chicas, pero esta historia también forma parte de mi vida y no tengo porque ocultarla. Espero que este relato les haya gustado, si es así, me doy por satisfecho.
Soy Walter Hache y mi correo electrónico es: wallter culindo hache @ yahoo.c om.ar