Mis 17 años recién cumplidos, me encontraron promediando el último año del colegio secundario, es decir el quinto año y con una disyuntiva que venía dándome vueltas en la cabeza desde hacía ya un largo rato y que nada tenía que ver con la elección de qué hacer al finalizar mis estudios, es decir, si continuar con una carrera universitaria o terciaria o insertarme en el ámbito laboral, sino que tenía que ver directamente con el género al que deseaba, quería y necesitaba pertenecer, en el cual me sentiría más cómodo y más a gusto.
Porque a mi condición de “gay ultra, súper e híper pasivo”, con una actividad sexual que ya databa de varios años, a pesar de mi corta edad, tenía que sumarle un cuerpo, una figura física con marcadas formas, rasgos y gestos femeninos, producto de la etapa de “post desarrollo hormonal”; al punto tal de que, solamente con un vestuario afín (faldas, vestidos, prendas y accesorios de mujer en general) y con un ligero maquillaje facial (ojos, labios, etc.), me transformaba en una hermosa y preciosa chica.
El mundo de las féminas nunca había sido ajeno ni extraño para mí, precisamente por ser el único varón y el menor entre cuatro hermanos (es decir las tres mujeres mayores que yo) y directamente (ello tengo de reconocerlo) por haber sido criado como una de mis hermanas en muchos aspectos; por eso, siendo aún muy pero muy chico, ya solía alternar (obviamente en la intimidad de mi casa) con mi vestuario y el de mis hermanas, sobre todo con la más cercana en edad y todo ello, lejos de molestarme o incomodarme, me gusta y mucho.
Justo en ese período y con toda esa mezcla de ideas en mi cabeza, de manera total y absolutamente casual y por circunstancias que no vienen al caso citarlas, conocí a Casandra, un travesti espectacular, dueño de un cuerpo y una figura alucinantes y de una personalidad magnética y atrapante, que había arribado a esta ciudad (Comodoro Rivadavia-Chubut-Argentina), para estar al frente de un prostíbulo, algo por demás atípico y transgresor, no solo por la época, sino además por todo el contexto propio de este tipo de ambientes nocturnos.
Tan a gusto me sentí desde un principio en casa de Casandra, que aquel hermoso y maravilloso travesti, se convirtió de pronto en una especie de “hada madrina” para mí, ya que allí encontré el espacio que necesitaba para sentirme realizado en mi condición “de mujer”; en un principio, llevaba a escondidas la prendas de mis hermanas y allí, me vestía, me pintaba y me maquillaba a mis anchas, mientras departía con mi nueva amiga todo lo concerniente al universo de las “féminas” y muy particularmente, a aquello directamente relacionado con el sexo.
Junto con Casandra y sus chicas (las prostitutas del prostíbulo) yo me sentía una de ellas, porque así me lo hacían sentir, ya que ellas mismas me vestían, me prestaban sus excitantes prendas y me maquillaban “como una prostituta más”, además de instruirme y enseñarme todo lo referente al “mundo sexual de los locales nocturnos”; así, de ese modo, solía pasar tardes enteras viéndome y sintiéndome mujer y créanme que ello me gustaba y vaya si me gustaba, al punto tal que inclusive había comenzado ya a tomar hormonas femeninas.
En mi casa, ponía como pretexto, el tener que ir al domicilio de alguno de mis compañeros de colegio, para realizar tareas escolares o cualquier otra excusa que se me ocurriese en el momento, cuando en realidad si llevaba a cabo alguna tarea en particular, era hacerle los mandados e inclusive trámites a Casandra y hasta ayudarle en los quehaceres domésticos, tales como lavar, planchar y hacer el aseo y limpieza de la casa; algo que yo hacía con mucho gusto y de muy buen grado, porque, entre otras cosas, no en todo giraba en torno al sexo.
Casandra, como todo buen travesti no solo “recibía”, sino que por obvias razones, también le gustaba “dar” y por ende encontró en mi jovencísima, bella y exuberante cola, el lugar ideal a donde “ponerla” y satisfacer sus propias necesidades de índole sexual; además, como toda experta en la materia, me enseñó todo acerca de cómo satisfacer sexualmente a los hombres, me indicó como chuparla hasta hacerlos gritar de placer y como hacerlos calentar al máximo, ya que según sus propios dichos “cuánto más excitados ellos, más placer para nosotras”.
Una tarde en la que nos encontrábamos como siempre, Casandra, las chicas y yo (como siempre ya en mi nueva condición de mujer), “Casy” me preguntó si querría ir el fin de semana al prostíbulo, obviamente vestido “de varón”, pero que allí en el local, ella y las chicas se encargarían de vestirme y de producirme “tal y como una de ellas”; la propuesta me tomó por sorpresa y me produjo una mezcla de miedo y temor ante lo desconocido, pero a su vez de intriga y hasta de una cierta excitación, al imaginarme como podría resultar aquello.
Casandra y las chicas terminaron por convencerme (no les costó demasiado), sobre todo al asegurarme, mi amiga el travesti, que yo me quedaría con ella detrás de la barra y solo observaría el interactuar de las chicas con los clientes del local nocturno; así que llegado el tan ansiado fin de semana, pisé por primera vez un prostíbulo y acompañado por “la regente” y parte de su “troupe”, por supuesto en mi casa, aseguré que iría a bailar a un boliche, junto con mis amigos y mis compañeros de colegio.
Para hacer mucho más ameno el relato, lo voy a dividir en dos partes, así que aguarden la continuación y no se la pierdan, por favor, porque créanme, no tiene desperdicio.
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